¿Y quién necesita París cuando te pueden dar un abrazo?

Cuando el tiburón de la publicidad Nelson Moss se vio de nuevo solo, sin la amada presencia de Sara, su amor imposible, decidió cambiar radicalmente de vida. Era una forma de homenajear a la mujer que le había proporcionado una nueva forma de ver su existencia y disfrutarla hasta el último instante. Su ejemplo no debería caer en saco roto.

Sin trabajo a pesar de que otras agencias publicitarias estaban interesadas en contratar su privilegiada mente, Nelson optó por dejar el lujoso apartamento que tenía alquilado en el corazón de San Francisco y se trasladó con todos sus bártulos a la casa en la que había pasado su anodina infancia. Redecoró la vieja vivienda y se instaló en ella sin ningún prejuicio. Con el fin de conseguir unos ingresos fijos, se empleó en una pequeña empresa de diseño gráfico y dedicó su tiempo libre a gozar de los espacios abiertos, rememorando la costumbre adquirida con Sara de pasear por la playa, disfrutar de la conversación con los nuevos vecinos y de saborear cada minuto del día como ella le había enseñado. Continuaba en contacto con Chaz, el vecino gay de Sara, que se había convertido en su mejor amigo, también el pequeño Abner solía compartir con él algunas tardes memorables en las que ejercía como “hermano mayor” o “padre adoptivo”.

Nelson empezó a pintar, nunca antes lo había intentado, pero la pintura le ofreció el camino ideal para dar rienda suelta a su vena creativa. A instancias de Chaz, Nelson accedió a mostrar al público su obra pictórica. En su primera exposición, en una modesta galería de Sausalito, Nelson consiguió un éxito rotundo y de inmediato empezó a cotizar dentro del mundillo artístico de la ciudad. Al poco tiempo Nelson dejaba su empleo fijo para dedicarse en exclusiva a la pintura.

Paralelamente y habiendo tomado conciencia de la terrible enfermedad que le había separado definitivamente de Sara, se hizo donante de médula. Si hubiera podido y Sara lo hubiera aceptado, lo habría dado todo por ella. Si su gesto servía salvar a alguien se sentiría satisfecho. Se lo debía a Sara que había hecho de él un hombre nuevo.

Con ya cierto renombre en el mundillo artístico y bohemio de la ciudad, Nelson acabó por instalarse definitivamente en Sausalito, centro neurálgico de la movida pictórica, donde compró un loft estudio para trabajar con comodidad.

A los pocos meses, Nelson empezó a tener un extraño sueño que se repitió con cierta frecuencia durante algunas semanas. En él en plena noche y envuelta en una ligera niebla, Sara aparecía de la nada atravesando la puerta de su estudio, alta esbelta, con largos cabellos rubios y mas hermosa que nunca, sin atisbos de enfermedad alguna. Sara en el cenit de su belleza. Nelson estaba intrigado por la reiteración de sueño por lo que un día de improviso dejó la obra que estaba en curso y decidió dar forma plástica a su ensoñación.

Con un estilo muy peculiar y personal que le había deparado el reconocimiento de críticos y marchantes, Nelson fue dando vida plástica a la etérea visión, llegando a crear su gran obra maestra. Pasó varias semanas inmerso de lleno en la pintura, se convirtió en una auténtica obsesión, hasta que por fin la dio por finiquitada. Chaz quedó asombrado al verla y de nuevo convenció a Nelson para que la expusiera junto con otros de sus cuadros en su galería de arte habitual. Solo había una condición por parte del autor: no estaba a la venta. Agentes, marchantes y coleccionistas intentaban convencer a su representante para que Nelson pusiera precio material a la obra, no importaba el monto, había mas de un coleccionista entestado en comprarla, pero el artista se mantuvo firme en su decisión.

Lo misterioso era que a partir de que la pintura recibió el toque final, el sueño había desaparecido por completo, nunca más volvió a soñar con su dulce Sara.

A raíz de la negativa a comercializar el cuadro, la cotización de Nelson, por no se sabe qué mágico impulso, empezó a subir como la espuma. Su obra era relativamente corta y las pocas obras que estaban en el mercado alcanzaban ya precios realmente jugosos.

El reciclado agente de publicidad no estaba dispuesto a escuchar de nuevo los cantos de sirena de la fama y el éxito. No deseaba entrar de nuevo en la espiral de la competición y el triunfo. Declinaba aparecer personalmente en cualquier acto social, fiesta benéfica, cóctel, lunch o participar en la promoción de nuevas exposiciones.

Con el paso de los meses, el joven pintor fue encerrándose cada vez más en su estudio donde se le pasaban los días, dedicado con cuerpo y alma a lo que realmente le llenaba el espíritu.

Este comportamiento va creando una leyenda que le hace todavía más apetecible, y no solo a los componentes del ambiente bohemio sino en la misma prensa y en otros medios de comunicación. Nelson es un hombre atractivo y a pesar de que en los últimos tiempos ha descuidado su aspecto personal, no deja de atraer las miradas de muchas féminas y otros miembros del colectivo homosexual que le encuentran terriblemente sexy. Sin comerlo ni beberlo y por supuesto ni desearlo, esta extraña e inoportuna fama va creando en nuestro artista un desasosiego inesperado. No se siente a gusto con esta situación y decide no salir de su taller si no es estrictamente necesario.

Chaz le visita a menudo tratando de convencerle de que abandone esta actitud pero no consigue nada. Le llevan las provisiones directamente del supermercado, el material se lo llevan a domicilio y una asistenta limpia con cierta regularidad la leonera en la que ha convertido el estudio. Vida bohemia total. Para poner la guinda al pastel, Nelson ha empezado a ahogar sus inquietudes en brandy.

Un atardecer, en plenos efluvios etílicos, Nelson cree tener de nuevo el sueño increíble de ver entrar a Sara por la puerta del estudio. Esta vez no la acompaña la niebla, ni la larga cabellera rubia, más bien es la Sara de siempre, que encima se acerca a él más que enfadada y le propina un sonoro bofetón. ¿Es aquello real? Le ha dolido de verdad. La aparición no tiene nada de volátil y etérea y encima le está pegando una soberana bronca mientras le esta obligando a beber un café bien cargado. ¿Está volviéndose loco?

Sara le reprocha que después de todo lo que ha tenido que pasar para reencontrarse solo le falta encontrarle este lamentable estado. Unos lametones dan a Nelson la clave de que aquello es tiempo real y no una ensoñación onírica. Eddie, la querida mascota de Sara, que por cierto ha crecido bastante, le ha reconocido y le está lamiendo la cara con la alegría natural de quien se encuentra con un amigo de siempre.

Cuando recobra por fin el habla y la conciencia de la realidad Sara le cuenta que su familia la convenció, al fin, de ponerse bajo tratamiento. Se necesitó un largo tratamiento y una delicada operación para que Sara recuperara su vitalidad natural y las ganas de reanudar su vida junto a Nelson. Había visto en la prensa la obra maestra del novel pintor al que todos alababan y a partir de entonces había sentido un anhelo infinito por recobrar la salud y a Nelson. Sintiéndose ya fuerte y saludable como hacía tiempo que no se sentía, Sara había localizado a Nelson al mismo tiempo que conocía su extraordinario cambio de vida. Aquello era cuestión de arreglarlo como fuera.

Nelson, ya sereno, en aquel momento vuelve a sentirse él mismo, con la presencia y apoyo de Sara y ambos instintivamente dan rienda suelta a toda la pasión amorosa de que son capaces. Han sido cinco años de espera y ahora gozan de perfecta forma física, así que la sesión de reencuentro erótico festiva es de una duración envidiable. No saben que les deparará el futuro, pero no importa, están juntos, vivirán al minuto la existencia, Nelson continuará pintando, mientras Sara dedicará sus ratos libres, en los que no ejerza de musa inspiradora para Nelson, a su ocupación favorita, pasear perros.

La fiesta de bienvenida a Sara es memorable, de nuevo juntos, con Chaz, su pareja, Abner y los vecinos de toda la vida. Realmente la vida es bella, piensa Nelson, y el ha tenido la más grande de las fortunas.

Nota: Lo que no saben ninguno de los dos es que el juego del destino o la casualidad les ha unido de la forma más impensable. Cuando Nelson fue llamado para donar médula, sus análisis le hacían compatible con un enfermo a trasplantar, nunca supo que había sido Sara la receptora de la misma.

Comentarios

Marψa del Campo ha dicho que…
¡Saludos! He llegado a tu blog y me ha llamado la atención. Permítieme que me promocione (es lo que hay que hacer en este estoico mundo ahora)...

Si te interesa la escritura, la poesía y los ensayos, más que otras banalidades que hoy día se valoran...
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